Javier Valenzuela en El Plural
Que Eduardo Zaplana deje su escaño en el Congreso de los Diputados y cualquier otro tipo de actividad política es una buena noticia para el Partido Popular y para la democracia española. Que haya sido contratado por Telefónica –sin duda con un sueldazo- es una estupenda noticia para él. Así que todos tan contentos; ya podemos ir haciendo las maletas para el Puente de Mayo.
El PP obtuvo un excelente resultado el pasado 9-M. Con sus más de 10 millones de votos bien podría estar hoy gobernando España. ¿Dónde estuvo, pues, el problema? En que el tipo de oposición que practicó en la anterior legislatura –gritona y faltona en las formas; destructiva y antisistema en el fondo- asustó a tanta gente que el PSOE arrancó aún más votos que el PP, por encima de los 11 millones.
Zaplana y Acebes, al borde de la ultraderecha
En los últimos cuatro años, Zaplana y Acebes fueron la encarnación de ese tipo de oposición muy de derechas, al borde de la ultraderecha. Siempre negativos, nunca positivos, esos dos diputados, uno como portavoz de su grupo parlamentario y otro como secretario general de su partido, recordaban todos los días a los españoles lo peor de la era Aznar: el Prestige, la foto de las Azores, la guerra de Irak, el Yak 42, el compadreo con la jerarquía integrista católica, el ninguneo de la oposición, la boda de El Escorial, la mordaza a la prensa crítica, los atentados del 11-M, las mentiras consiguientes… Estaba claro que Zaplana y Acebes no aceptaban el resultado de las elecciones de 2004, que consideraban a Zapatero un presidente accidental y deseaban acortar la legislatura por cualquier procedimiento, incluidas actitudes que rondaban el golpe de Estado civil. ¡Su frustración, su rabia, sus ansias de revancha, su deseo de recuperar de inmediato el poder, eran tan obvias!
Sintonía con Pedro J.
Y mientras que a Acebes se le notaba a la legua que era un poco simplón, Zaplana ofrecía, además, una inequívoca imagen de caradura. Su bronceado artificial, sus relojes millonarios y su aire de galán chulesco evocaban al nuevo rico de la economía del pelotazo urbanístico; sus continuas trapacerías evidenciaban un déficit de principios éticos y morales. Por lo demás, Zaplana actuaba en sintonía, si no al dictado, de su gran amigo en los medios de comunicación, Pedro J. Ramírez. Cuando el segundo sacaba alguna de sus delirantes portadas sobre la teoría de la conspiración, el primero organizaba en el Congreso una rueda de prensa sobre el asunto y anunciaba a bombo y platillo una interpelación parlamentaria.
Aznar, el líder espiritual
Estaba claro que Pedro J. y Federico Jiménez Losantos teledirigían operativamente el PP, mientras que Aznar seguía siendo su líder espiritual. Rajoy, de cuyo centrismo, moderación y capacidad de diálogo tanto se esperaba, iba convirtiéndose en una patética marioneta en manos de este quinteto. Él mismo reconoce ahora que lo que tuvo en los cuatro años anteriores no era su «equipo».
«Desaceleración, que no crisis, del PP»
La sorpresa vino cuando, en contra de lo que esperaban y deseaban Pedro J., Federico y tutti quanti, Rajoy decidió seguir al frente del PP tras el 9-M y hasta expresó su deseo de competir de nuevo por la presidencia del Gobierno en 2012. Y esta vez, anunció, trabajando con su propio «equipo» (y se supone que también con sus propias ideas y sus propios modales). Entonces vino el intento de descabalgarle empujando a Esperanza Aguirre a optar por el liderazgo de la derecha y el consiguiente carajal, lo que, con inteligencia y buen humor, Estebán González Pons ha calificado hoy en Los Desayunos de TVE de «la desaceleración, que no crisis, del PP».
El fin de la vieja guardia
Pero Zaplana estaba acabado en la misma noche del 9-M. Como Acebes, al que sólo le faltan dos telediarios para el definitivo adiós.Y si uno se fija, de la vieja guardia aznarista ya sólo va quedando Rajoy (Rato, Mayor Oreja, Alvárez Casco, Arenas y tantos otros abandonaron ya el primer plano de la política nacional). De modo que lo ocurrido hoy también puede interpretarse como un paso importante en la «desaznarización» del PP, algo que necesita a gritos ese partido como el PSOE precisó en su día de una «desfelipización».
¿Adiós al PP del miedo?
Soy de los creen que el PP puede ganar las generales de 2012. Su influencia entre las clases medias urbanas de Madrid, Valencia y, cada vez más, Andalucía es un gran capital político. Tan sólo le falta dejar de dar miedo. De dar miedo en Cataluña y el País Vasco (también en Andalucía). De dar miedo a tanta gente de centro y centroizquierda. De dar miedo a los laicos. De dar miedo a los que consideran que el franquismo fue un horror. De dar miedo a los que creen que el Estado tiene un papel importante en la enseñanza, la sanidad y la seguridad ciudadana. De dar miedo a los que no quieren aventuras bélicas a las órdenes del Pentágono…
La mujer del César
A todo esto, los del PP suelen responder que no son centralistas, que no son anticatalanes, que no son integristas católicos, que no son postfranquistas, que no quieren desmantelar el Estado del bienestar, que no son neocon… Bueno, pues demuéstrenlo. La mujer del César no sólo tiene que ser honrada, sino parecerlo.
Con la salida de Zaplana, pienso que el PP está en el buen camino.
Javier Valenzuela es periodista y escritor. Ha sido corresponsal de El País en Beirut, Rabat, París y Washington y director adjunto de ese periódico, así como Director General de Información Internacional de la Presidencia del Gobierno entre 2004 y 2006
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