Una epidemia

En todas partes cuecen las habas de la corrupción pública, pero en la Comunitat Valenciana es una epidemia. Por ahora, Valencia no ha llegado a tener un ex presidente de su gobierno encarcelado, que pudo haberle ocurrido como le ocurrió a Navarra, pero debe ser el suyo el único gobierno con un ex consejero tras las rejas. Y si la fama nacional ha alcanzado a algún cargo popular de notable institución provincial, cuyas cuentas crecen por milagro, no creo que se deba a que la voluntad de promoción de Valencia en el mundo por parte de su gobierno haya incluido la difusión de los valores de tan ejemplar político. Es más, si el gobierno valenciano tuviera interés en la promoción de esos escándalos, su televisión autonómica, en lugar de silenciarlos cuando de populares se trata, informaría al menos de ellos. Pero a partir de ahí, de presidente de Diputación para abajo o para arriba, el número de alcaldes o diputados esperando que la Justicia decida sobre ellos o sobre los que ya ha decidido la Justicia, y no para bien, sería escandaloso en cualquier sociedad que no estuviera acostumbrada, como parece estarlo la valenciana, a que la delincuencia se siente con naturalidad a la mesa de sus representantes y disfrute del mantel que todos les pagamos.
La derecha, más acostumbrada a los negocios, ocupa la mayor parte de la nómina, y por razones de su poder tan abarcador y abarcado, da nombres con cargos muy notorios. Pero si a los socialistas no les faltan alcaldes corrompidos, comparten también con la derecha y con los nacionalistas imprecisos a los tránsfugas por razones comerciales, los vendidos con desvergüenza y esos otros habilidosos correveidiles que con carné de sociata se trabajan a su favor amistades con el poder reinante. Lo cierto es que en Valencia rara es la semana que no se descubre un pleito en alcaldías con la curiosa casualidad de que el urbanismo está por medio. O se detiene a un alcalde, a un concejal o a varios a la vez. Lo último, esta semana: tres alcaldes, uno ex socialista, pasado a la prestigiosa y sospechosa marca de independiente, y los otros, socialistas en activo; los tres, detenidos por lo mismo: nada bueno.

Y aparte. La joven directiva de los socialistas valencianos actuó con prontitud contra el alcalde de Bigastro, histórico miembro de sus filas, tan pronto fue arrestado. No es que sea plausible, es lo más natural. Sobraba, pues, que su portavoz subrayara que no todos hacen lo mismo. Claro que no, la derecha espera a la sentencia firme y, aún con sentencia firme, espera de nuevo a los recursos y se va a comulgar. Pero los partidos tienen la manía de entrar en comparaciones. Ignoran que el asco que el ciudadano decente siente ante estos casos no conoce color; otra cosa es que unos le den más ocasiones que otros para el asco o que los ciudadanos decentes sumen más o menos votos. El delegado del gobierno de España en Valencia, por su parte, ante la detención de un alcalde socialista, hizo el martes la insólita aclaración de que los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado no distinguen color político a la hora de detener a un individuo y llevarlo a un calabozo. Sólo faltaba. Afortunadamente, la policía es más democrática que la televisión pública valenciana.

Fernando Delgado en Levante-emv.

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