Si en la UCD de 1981 la hipocresía generalizada, es decir, el fingimiento de sentimientos y actitudes, hubiese sido desenmascarada, es probable que su autodestrucción no se hubiese producido. Romper con ella –con la hipocresía—puede ser en algunos casos un deber de lealtad. Porque cuando se desemboza una situación de simulación prolongada se hace posible la catarsis, esto es, una suerte de purificación sanadora de males. Esa fue la intención confesada de Manuel Cobo, vicealcalde de Madrid, al denunciar el lunes en el diario El País la política de su compañera y presidenta de su partido en Madrid y de la Comunidad Autónoma, Esperanza Aguirre. En palabras de Cobo, “cuando la hipocresía comienza a ser de muy mala calidad es hora de comenzar a decir la verdad.”
Y vaya si la ha dicho, sin dejarse nada en el tintero, sabedor de las consecuencias que podían tener pero convencido de que su salida a la plaza pública –tan arriesgada frente a adversarios tan duros como los que tienen él y el alcalde en la capital—le podía granjear, y así será, una dura sanción. “Ha merecido la pena”, contesta Cobo cuando se le hace ver que puede ser duramente reprendido, suspendido, incluso, de militancia, más aún cuando la secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, ha calificado sus críticas de “inaceptables”, eso sí, cuatro días después de publicadas. Seguir leyendo
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