El ministro que Rajoy jamás debió nombrar

wertEl 24 de septiembre del pasado año, José Ignacio Wert declaró en una entrevista a Radio Nacional de España: “A veces me sorprendo de las frases que pronuncio”. Toda una declaración de cargo. Y si él ha llegado a esa autorreflexión, los ciudadanos tienen perfecto derecho a suponer que un ministro que se sorprende por su incontinencia verbal, por la insolencia de sus declaraciones o por la soberbia de sus afirmaciones y diagnósticos, no debería ser miembro del Gobierno. Como circulaba profusamente ayer en las redes sociales (116.000 menciones en Twitter a las 19.30 horas desde las 00.00 horas del martes), “sólo Rajoy sostiene a Wert”. Cierto. Como a Montoro. El presidente del Gobierno, emboscado en los asuntos europeos, parece despreocupado e inhibido ante los errores de sus ministros.

El de Wert -albarda sobre albarda- fue ayer un error de los que hacen época. Después de porfiar con la nota de corte en el sistema de becas (6,5), depuso su obstinación en la Conferencia General de Política Universitaria y, tras presiones directísimas del PP, se avino a “reconsiderar” la calificación para los becarios de la que había hecho cuestión casi de honor. Con todo lo brillante que él cree ser; con todo lo perspicaz que era como tertuliano radiofónico en la SER, con todo lo chispeante que resultaba como articulista de El País, con toda su valía profesional como sociólogo y consultor, José Ignacio Wert -que está ofreciendo una antiestética cantata de labilidad sentimental en su propio Ministerio- se ha convertido en el hombre menos idóneo, menos capaz y más avaramente dotado de virtudes para el ejercicio de la política. Una enorme decepción para los que no esperábamos este desplome personal e intelectual del ministro que, suponíamos, el presidente conocía tan bien como para encomendarle nada menos que la reforma educativa.

Pero es que Wert carece no sólo de empatía, sino de inteligencia emocional y está poseído por una superioridad intelectual que resulta a veces propia del púlpito, a veces, inquisitorial. Se echan en falta las razones más obvias y elementales del porqué Mariano Rajoy nombró ministro a un hombre que desprecia la política porque subvierte con sus actitudes cualquier convención propia de ella -cualquier convención sana: de respeto, de morigeración y de pedagogía- y que sitúa al Gobierno y a su partido en posiciones imposibles en momentos críticos. Es difícil imaginar que con la crisis catalana de por medio se reclame una errática españolización de los escolares del Principado (¿acaso no son españoles, aunque sean de la España catalana?) y más aún imaginar que en tiempos de estrecheces familiares y de un bestial paro juvenil, el ministro se ponga en plan María Montessori -la gran pedagoga del siglo XX- con el sistema de becas.

La humillación de tener que recoger velas en el futuro real decreto sobre becas -que debe informarse ahora por el Consejo de Estado y aprobarse en julio- tendría que llevar a un hombre de sus características a una dimisión desdeñosa. La soberbia, sin embargo, suele conducir erróneamente a la resistencia. Y con un presidente neutro como Rajoy, que deja hacer y que no hace, los ministros -Wert, Montoro o Mato- se encuentran en un terreno conquistado para su libérrima disposición. El ministro de Educación, Cultura y Deportes ha pisado todos los charcos sin necesidad de hacerlo: el catalán, que era susceptible de una resolución bien distinta en cuanto a la efectividad del castellano como lengua vehicular educativa; el de la religión, que ha insertado en el sistema educativo con una preeminencia -evaluable y computable a efectos de becas- fuera de cualquier razonabilidad en un Estado confesional, y el de las reválidas, que tienen su sentido después del fracaso de la evaluación continua a condición de que se expliquen correctamente. Y se ha sometido -y sometido a la condición ministerial que encarna- a duras pruebas de ridiculez: así, cuando los alumnos con Premios Nacionales se negaron a saludarle en un acto público o cuando en el Teatro Real -y como ministro de jornada con la Reina- parte del auditorio le abucheó (¿cuántas veces la gente le muestra su desapego mediante ruidosas protestas?) reclamando su dimisión y dando gritos a favor de la educación pública.

En algún momento Mariano Rajoy tendrá que demostrar que, además de parecerlo, es, efectivamente, presidente del Gobierno y de su propio partido. Porque a veces -sin   perjuicio de la responsabilidad de Wert, Montoro o Mato, por no hablar del caso Bárcenas da la entera impresión de que es un simple espectador, un hombre no concernido por lo que hacen o dejan de hacer sus colaboradores, o, en otras palabras, una errata de lo que entendemos por político estadista. Los tuiteros apuntan bien: “Sólo Rajoy sostiene a Wert”. Sí, porque ¿hay alguien que tenga argumentos, no para defender lo que quiere hacer, sino lo que dice y cómo se conduce el ministro de Educación, Cultura y Deportes? Me temo que no. Porque Wert no es que cometa errores, es que Wert -en tanto que ministro- es el error.

José Antonio Zarzalejos en El Confidencial

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3 respuestas

  1. Información Bitacoras.com

    Valora en Bitacoras.com: El 24 de septiembre del pasado año, José Ignacio Wert declaró en una entrevista a Radio Nacional de España: “A veces me sorprendo de las frases que pronuncio”. Toda una declaración de cargo. Y si él ha llegado a esa autorrefl..…

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  2. Si fuese presidente de gobierno no pondría a Wert de ministro de educación…. o quizá si… Hay quien vale más por lo que oculta que por lo que hace.
    Yo nunca he visto a un ministro con competencias transferidas que de tanto que hablar… ¿A que hubiéramos dedicado el tiempo libre?

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  3. […] El ministro que Rajoy jamás debió nombrar 26/06/2013El 24 de septiembre del pasado año, José Ignacio Wert declaró en una entrevista a Radio Nacional de España: “A veces me sorprendo de las frases que pronuncio”. Toda una declaración de cargo. Y si él ha llegado a esa autorreflexión, los ciudadanos tienen perfecto derecho a suponer que un ministro que se sorprende por […] jonkepa […]

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