Para viajar al pasado no hace falta conseguir un DeLorean DMC con condensador de flujo ni subirse a la máquina del tiempo de H. G. Wells. Solo hay que coger un autobús en la estación Gara Centrala de Chisinau, en Moldavia, y hacer el trayecto de menos de una hora hasta la República Moldava Pridnestroviana. Lo mismo el país le suena más por Transnistria, aunque no se culpe si tampoco es así. Sus fronteras no aparecen en ningún mapa y sus sellos no sirven para llevar las cartas a ningún lugar más allá de esta franja de tierra, anclada en los albores de la década de los noventa.
Ocurrió con la disolución de la Unión Soviética, en 1991, y la independencia de Moldavia, un estado remoto entre Rumanía y la hoy comprometida Ucrania. Moldavia estalló en 1992 en una guerra civil promovida por los separatistas de la región del Transdniéster, al este del río Dniéster, que recibieron el apoyo inmediato de los rusos. Tras el conflicto armado, Transnistria se autoproclamó república independiente, como Kosovo, Abjasia, Osetia del Sur o la república armenia de Nagorno Karabaj. Lugares que, como Transnistria, oficialmente no existen. No son reconocidos por la llamada ‘comunidad internacional’. Como en otros casos, la situación bélica en Transnistria fue alentada por Moscú, y la OTAN se lavó las manos. Había pocas ganas de tener problemas con Rusia. La historia recuerda mucho a lo sucedido recientemente en Crimea. De hecho, aprovechando que el Dniéster pasa por Ucrania y que Putin está en plan imperialista, el presidente transnistrio, Yevgeny Shevchuk, acaba de pedir la anexión a Rusia. «Desde el referéndum de 2006, en el que más del 97% de los habitantes apoyaron la independencia de nuestra república y su libre ingreso en la Federación Rusa, seguimos de manera coherente ese rumbo», recordó esta semana la ministra de exteriores, Nina Shtanski.
Tanques, hoces y martillos
Transnistria, ciertamente, nunca ha dejado de ser profundamente soviética. Incluso románticamente soviética. Llegar a la frontera, atestada de militares con fusiles y cara de perro, es retroceder 20 años de golpe y entrar en el comunismo más rancio. Una experiencia que al joven turista alicantino Jesús Martínez, por ejemplo, le supuso «un doctorado como viajero atemporal». A Jesús, que estuvo en Transnistria hace tres años, le impactaron «las estatuas de Lenin por las calles -la que está enfrente del Parlamento es una de las más grandes del mundo-, los tanques en las plazas principales a modo de decoración y las hoces y los martillos por todos lados: en instituciones públicas, en las fachadas, en las gorras de policías y militares…». Agentes del orden que, por cierto, le avisaron (metralleta en mano) que no podía estar más de doce horas en el país y que se «atuviera a las consecuencias», recuerda.
La seguridad es una realidad. No hay peleas ni violencia en las calles. Las viviendas se dejan abiertas porque no hay miedo a los robos ni a los asaltos y la prostitución no existe (o eso parece). Los ciudadanos de este territorio son hasta puritanos. Cuentan que los fotógrafos de ‘Playboy’ se fueron con las manos vacías cuando intentaron fichar a jóvenes con el suficiente arrojo para desnudarse. A pesar del dineral que ofrecían a chicas tan espectaculares (y serias) como algunas transnistrias. Lo confirma Jesús Martínez, cuyo blog de viajes ‘vero4travel’ ya está entre los más visitados del país: «Recuerdo gente amable pero ninguna sonrisa, algo habitual en la zona. Pero reconozco que, junto con Belgrado, en Serbia, aquí es donde he visto a las mujeres más bellas del mundo». Seguir leyendo →
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