Ha hecho falta ver la imagen de un niño ahogado, encallado como un pequeño bote en la playa, para que ya no podamos seguir ocultando por más tiempo nuestra vergüenza. Pero no es el primero, otros niños como él y miles de adultos han perecido en la trágica huida. El Mediterráneo se ha convertido en una enorme fosa común que traga cada día de forma anónima a los refugiados desesperados. Sabíamos todo eso. Lo sabíamos, pero ha sido necesario que este niño sirio nos diera una enorme bofetada con su muerte para obligarnos a abrir los ojos al horror que sufren los que escapan de la muerte.
Los españoles sabemos lo que es huir de la muerte y de la represión. Nos acordamos de los campos de internamiento de Argelès-sur-Mer, de Gurs y de tantos otros. En abril de 1939, 500.000 personas cruzaron la frontera con Francia escapando de la represión franquista. Parece que el señor Rajoy no se acuerda o no quiere acordarse.
Y el conjunto de Europa también lo sabe: durante los años 1945 y 1946, millones de personas expulsadas o desplazadas deambulaban por Europa buscando un sitio para comenzar una nueva vida.
La vieja Europa es el continente que más refugiados ha tenido durante el siglo XX. Hoy son los sirios los que tocan nuestra puerta, igual que los republicanos españoles que cruzaron el pirineo nevado en 1939 llevando consigo únicamente su propio cuerpo y el miedo. Seguir leyendo
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