
Encuentro entre Cambises II y Psammetichus III. (Adrien Guignet)
Los aqueménidas (la dinastía persa a la que pertenecía Cambises), según la opinión de Heródoto, habían partido de Tebas, tomando la ruta de los oasis hacia el norte para sorprender a los amonitas
En algún remoto lugar del enigmático desierto Oeste de Egipto, entre la zona de Matruh y la Cirenaica colindante con la actual Libia –según unos–, o, quizás virando al sur, hacia Al Fayum, o tal vez a la altura de Siwa –sede de uno de los más famosos oráculos de la antigüedad–, en tiempos inmemoriales un ejército muy numeroso compuesto según diversas fuentes por cerca de 50.000 hombres se volatilizó entero hace 25 siglos en medio de una terrible tormenta de arena que lo devoró sin dejar rastro hasta el día de hoy.
Constancia documentada hay de su existencia y de cómo arrasó por donde pasó, pues así lo aseveran muchas crónicas de la época. Es, probablemente, junto con la derrota a manos de la ciclogénesis explosiva en la que naufragó la Grande y Felicísima Armada (mal llamada La Invencible), y la terrible mortandad acusada por la Wehrmacht en el sitio de Stalingrado por el frio glacial con sensación térmica de 40º bajo cero en algunos momentos de la famosa batalla, uno de los peores desastres infligidos por la naturaleza a la frágil condición humana en el ámbito de lo estrictamente militar.
La trágica desaparición de aquel monumental ejército, referida por el historiador Heródoto como una acción punitiva hacia los amonitas, protectores naturales de la zona del oráculo y sus oasis aledaños –no hay que olvidar que los persas estaban en uno de sus momentos zenitales de expansión–, ha planteado a aventureros y arqueólogos retos inimaginables, habida cuenta de que todas esas pertenencias como es de suponer estarán enterradas en algún remoto lugar entre millones de toneladas de arena y sellados en el silencio más sepulcral que el desierto es capaz de desplegar para llevar al anonimato cualquier cosa condenada a no tener más futuro que el del olvido.
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