El rastreo por la joven sevillana arrojada al río moviliza cada día a 226 agentes.
A ocho metros de profundidad en el río Guadalquivir los buzos lo ven todo negro. Sufren la mínima visibilidad que conllevan las aguas turbias. Llevan el pecho a ras del fondo y dan grandes brazadas para abarcar lo máximo posible mientras recorren pistas de cien metros acotadas por cuerdas. Sólo descienden durante las dos horas diarias «de reparo», cuando las corrientes del río dan una tregua. Buscan el cuerpo de Marta del Castillo y el cenicero con el que Miguel Carcaño supuestamente asesinó a la joven hace un mes, arrojado al río desde una pasarela.
El hallazgo del cadáver de Marta es decisivo para la investigación judicial del caso. Si éste aparece, los forenses determinarán si la joven estaba viva cuando sus dos amigos, Miguel y Samuel, supuestamente la arrojaron al río. En este caso ambos serían acusados de asesinato, mientras que si Marta falleció en el domicilio de Miguel de un golpe certero, éste sería acusado de homicidio. Pero a las intensas y recientes lluvias hay que añadir otro problema. Por el canal donde Marta fue supuestamente lanzada transitaron embarcaciones con grandes turbinas hasta que se inició la búsqueda, dos semanas después de su desaparición. Y esto puede haber hecho desaparecer el cadáver, señalan fuentes del caso. Seguir leyendo
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