Esperanza Aguirre no se ha conformado esta vez con protagonizar una campaña electoral tramposa, sucia y marrullera, como sólo ella sabe hacer. En efecto, mentiras por doquier, ataques indiscriminados, faltas de respeto hacia sus adversarios políticos, incoherencias y contradicciones flagrantes, y un largo etcétera que pudieran muy bien constituir un manual sobre «campañas electorales sucias», han sido la práctica habitual de la condesa consorte durante la campaña electoral para las Elecciones Municipales al Ayuntamiento de Madrid. Aquí también hay que decir que han dejado mucho que desear los propios moderadores y modeadoras de los propios debates, porque, tal como afirmó Pablo Iglesias, si los debates hubieran sido un partido de fútbol, el árbitro le hubiera sacado la tarjeta a Esperanza Aguirre. No podemos tolerar, como ciudadanía, que cualquier debate político gire en torno a acusaciones sin fundamento, para atacar a los contrincantes, intentando hundirlos en la miseria para desprestigiarlos de cara a la opinión pública. Los debates electorales deben girar en torno a argumentos, diagnósticos, ideas, propuestas y programas, y los moderadores/as deben garantizarlo.
Pero como decíamos, la cosa esta vez no se ha quedado aquí. Bastante confiada en que el resultado electoral, tal como vaticinaban las encuestas, le sería bastante favorable, Esperanza Aguirre se ha encontrado al final con que ha ganado por la mínima, obteniendo sólo un concejal más que la coalición Ahora Madrid (21 y 20, respectivamente), lo cual ha debido hundirla en la más absoluta de las desesperanzas. En honor a la verdad hay que decir que, antes que ella, se manifestó en términos parecidos, sugiriendo un trasfondo y un mensaje similares, la ex Alcaldesa de Valencia, Rita Barberà, que viendo cómo sus resultados electorales no le eran favorables, abogó la misma noche electoral por «un Pacto de Estado contra el radicalismo«. Ahí es nada. Barberà debe entender que «el Estado» es su propia formación política y todos los demás que quieran seguirla, es decir, hace gala de una concepción totalitarista del mismo, porque en caso contrario, no se entiende tamaño desprecio a la democracia, y a los electores valencianos, que simplemente han elegido otorgar su confianza a otras opciones políticas. Pero Esperanza Aguirre fue más allá. La madre de la corrupción madrileña, el adalid de la privatización de los servicios públicos madrileños, la nombradora oficial de todos los altos cargos que han saqueado los recursos de la Comunidad de Madrid, muchos de ellos imputados, incluso en la cárcel, sugirió aún mucho más.
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